Cuerpo de Luz

La Phármaco Luz Arcas Compañía de Danza Contemporánea Cuerpo de luz
La Phármaco Luz Arcas Compañía de Danza Contemporánea Cuerpo de luz

Ella era y no la chica que se sentaba en el aula, en un pupitre individual, más bien callada, modesta, apoyando los brazos sobre ese accesorio donde se ponen la bandeja o las ideas por escrito.

 

 

Filosofía era la asignatura. Luz parecía pensar en otra cosa. Ahora sé que debía de estar bailándose por dentro.

 

 

El tiempo ha pasado, años, al menos diez… que se lo digan al reloj biológico del cuerpo. Hoy estamos en condición de preguntarnos por la validez de una filosofía extraña a él. Dice Houellebecq que somos “principal y únicamente, cuerpos, y el estado de nuestros cuerpos es la verdadera explicación de la mayoría de nuestras concepciones intelectuales y morales”.

 

 

Gracias a que los cuerpos giran hay estrellas que son fugaces. Hay deseo.

 

 

Lo que quería decir es que la vi varias veces en la escuela, antes de verla girando,  girando, girando, convertida en barrido, giro copernicano humano. A la velocidad de la luz, el pecho al aire como una activista. Porque el partenaire iba también con el torso al descubierto, pude ver a la Amazona de un nuevo continente: de un lado, la teta; de otro, la guerrera sin limitación ni obstrucción física. La anatomía –parecía gritar– no es un destino. 

 

 

En sus piezas descubrí, una y otra vez, a esa ménade de sutileza, que puede inclinar la cabeza hacia atrás como una bacante sonriendo tímida como la Beatrice de Dante; un seísmo que pone las cosas en su sitio; capaz de bailar el Absurdo, una poética de la sustracción, bailar con Beckett y prestarle zapatos de claqué a Godot; bailar los derechos de los caballos blancos contra el derecho romano; convertirse en antropología y coreografiar el paisaje: un cielo estrellado, un suelo de nieve.

 

 

Su danza procede del interior, a menudo es historizante. En ocasiones gime, con el piano y los vientos, como una tenista en la final del Roland Garros (¡si a los deportistas les importase más jugar que vencer, si a los deportistas se les hiciese comprender que la victoria está en el juego!). Gime exhalaciones de una mujer experimentando orgasmos, sola y acompañada, perfectos e imperfectos, múltiples, femeninos y masculinos.

 

 

El pasado verano, después de un viaje a Guinea (África), los solos de Luz se convirtieron en un paso a dos, es decir, un paso de ballet ejecutado por dos bailarinas. Una danzaba en la extraescena: el off de su vientre. El ginecólogo dijo: “puedes seguir bailando”. No sabía cómo se las gasta.  Después de danzar con la muerte en África, Luz, valga la redundancia, daba a luz. Una vida con el nombre de la musa del ritmo libre: Isadora. En esa coordenada universal, el echarpe de La Duncan se desenredaba de la rueda del ciclocar que la acabó; girando,  girando, girando, danza una vez más, ya por siempre, a sus anchas, con el piloto, el viejo automóvil y las luciérnagas de calzada… “El intercambio de ideas con alguien que no conoce tu cuerpo, que no está en posición de hacerlo sufrir o de llenarlo de alegría –de nuevo, Houellebecq–, es un ejercicio falso y a fin de cuentas imposible”.

 

 

La última pieza de Luz, con el título de Miserere, es la promesa de un matriarcado. Ella y cuatro intérpretes más devienen mujeres sobre la escena. ¿Y cómo? Bailando. “Si no puedo bailar tu revolución no me interesa”, dijo hace ya mucho Emma Goldmann. “Si no puedo bailar (baile social, ritual, fusión, teatral kathakali, jazz),  tu revolución no me interesa”. Porque “si no puedo bailar, es tu filosofía la que no me interesa”.

 

 

María Velasco