Un abismo llama a otros

La Phármaco Luz Arcas Compañía de Danza Contemporánea

Un abismo llama a otros. El cuerpo sostenido en el abismo de la escena llama a otros cuerpos. El cuerpo entregado a la llama, ofrecido en su pira. El cuerpo segregado en el abismo de carne: carne secreta, segregada, carne sagrada. Y otros cuerpos convocados, llamados a estar, pero no a responder. Sujetos de esa separación que es la llamada.

 

Un abismo llama, convoca a los abismos otros: encuentro o confrontación de los dos haces –monstruo de dos espaldas– del escenario abismado. De su profundidad ilimitada, no visible, no tocable, inframundana: una profundidad sin fondo. Abismo de dos espaldas. Arena desfondada de la escena: piel escénica.

 

Nos convocamos, nos estamos convocando. Hemos venido a que nos llamen, a que se compadezcan, a que padezcan con, de nosotros. Y a que esa llamada, constituida como separación, tenga una forma observable, un volumen.

 

Hemos venido para que te hagas cargo de ese abismo: cuerpo limitado, cuerpo segregado, hazte cargo. Cárganos, danza para nosotros. Que tu carne padezca de espaldas a nosotros. Padece de tu carne, y parécete a nosotros –monstruosamente separados, monstruosamente unidos– en algo de tu pasión, de tu padecimiento.

 

O haznos caer. Haz de nosotros enemigo caído. Danos un golpe de gracia. Que nos caiga la gracia como un golpe, en su forma observable y profana, en su volumen.

 

Misericordia, aquí: puñal para los caídos. La daga.

 

La voz que nos precede como si la esperáramos, la voz de nunca de que hacemos deriva, que nos convoca: que nos consigna. A qué cuerpo pertenece, desde qué carne vibra. Y qué clase de consigna, de llamada, de mandato –de efecto– son los cuerpos anteriores, la coreografía de la que limitadamente derivamos. Cuerpo todo nosotros.

 

Haznos las preguntas, que hemos venido a no responder. Que hemos venido. Pero no nos dices: nos haces las preguntas, las estás haciendo. El cuerpo danzante se arquea, y es la carne esculpida, el volumen perceptible, la estructura soportada sobre su piel sin fondo. Y es la pregunta haciéndose.

 

“Negros indigeribles milagros”. Canta Blanca Varela –cuerpo hambriento– su canto villano. “Aniquilar la luz / o hacerla”. Y “esa gana del alma / que es el cuerpo”.

 

Convócanos. Enciéndenos la vela de tu carne danzante en este lugar no iluminado, en esta profundidad de la que no puede verse el fondo. Que está haciéndose, dándose.

 

Y sin embargo, no hay aquí nada que venga a iluminar lo oscuro. Lo oscuro es algo convocado, llamado a aparecer, en su misma oscuridad hecha palpable. No hay iluminación, no hay ilustración, o el cuerpo no está ahí para ilustrar, para explicar en un sentido ilustrativo, o ser la carne de un sujeto que enseña o es enseñado, que muestra o es mostrado.

 

Se convoca lo oscuro en su oscuridad, en su desfondamiento. La noche como un manto. Diciendo aquí la noche como podría decir el día. Diciendo lo oscuro como podría decir lo claro, como podría decir la luz. Pues en su textura no ilustrativa, el tejido –ese manto– no es lumínico, no es visual, sino táctil. En su abismo segregado, inmensamente limitado, troceado y reunido, el cuerpo toca. Y algo aparece a golpes, en la habitación apagada o demasiado encendida, a tropiezos, palpado. Y ese palpar, su temporalidad tropezada sin fondo –su todo piel, su todo superficie, todo silueta, cinta de moebius: misericordia– no debe, no puede, no se oculta. Lo oscuro o lo luminoso, lo oculto o lo muy visible, es lo demás: lo que el cuerpo–mano palpa, lo que no ha de verse, porque sus contornos no son nítidos más que al tacto momentáneo.

 

Donna Haraway –cuerpo cyborg– protesta. “¿Por qué deberían nuestros cuerpos terminar en la piel o incluir, en el mejor de los casos, otros seres encapsulados por la piel?”

 

Judit Butler –cuerpo que importa– advierte. “Retornemos a la noción de materia, no como sitio o superficie, sino como un proceso de materialización que se estabiliza a través del tiempo para producir el efecto de frontera, de permanencia, de superficie, que llamamos materia”.

 

Gayatri Spivak –sin cuerpo– dice una última palabra. “Si uno reflexiona realmente sobre el cuerpo como tal, advierte que no existe ningún perfil posible del cuerpo como tal. Hay pensamientos sobre la sistematicidad del cuerpo. Hay códigos de valor acerca del cuerpo. Pero el cuerpo como tal no puede concebirse y, por cierto, yo no puedo abordarlo”.

 

Misericordia. Nuestros cuerpos hechos de una crueldad semejante que no puede abordarse, porque a las crueldades las separan abismos de la diferencia. Piel desfondada.

 

Aunque hoy hay misericordia. La carne se compadece.

 

Un abismo es bailable.

 

 

Ana Sánchez Acevedo. Diciembre de 2017.

 

 

*Cuerpo de convocadas:

Luz Arcas, “Entrevista a La Phármaco” (entrevista con Ana Gorría), 2016.

Judith Butler, Cuerpos que importan, 1993.

Donna Haraway, “Manifiesto Cyborg”, 1985.

Gayatri Spivak, “En una palabra” (entrevista con Ellen Rooney), 1993.

Blanca Varela, “Canto villano”, 1978.